domingo, 9 de diciembre de 2007

¿Libertad Sexual o Compromiso Amoroso?

Dicen que el hombre tiende hacia la libertad sexual y la mujer hacia el Compromiso Amoroso. A pesar de que hay numerosas excepciones, pareciera que el hombre es más infiel y más ansioso por la libertad sexual, entre tanto que la mujer busca más la comunión y el compromiso de largo plazo. Hay algo de cierto en eso, pero llegó la hora de aclarar un poco los nublados de esta teoría.

En realidad cualquier ser humano tiene energías masculinas como femeninas, lo que varía es la intensidad de la una o la otra. Por ejemplo, una mujer profesional, Directora de negocios, puede utilizar su energía masculina para su jornada laboral, pero guarda su escencia femenina para la crianza de sus hijos y trato con su esposo. Un hombre homosexual puede tener más energía femenina que masculina, en fin.
Si todos los seres humanos tienen energías femeninas y masculinas, entonces podríamos decir que ambos poseen un afán interno por la libertad o el compromiso. Afán que se manifiesta de diferentes formas y que también es teñido por cómo estén distribuidas estas energías en el individuo o individua. Esta realidad bota cualquier teoría absolutista de que los hombres tienen un 100% de energías masculinas y las mujeres 100% de energías femeninas. Muchos hombres por ejemplo, después de incansables horas de fornicación y lascivia se sienten vacíos, deciden buscar una pareja estable y casarse. Muchas mujeres, después de años de pasividad sexual y un matrimonio estable y tranquilo, deciden tener su propia pequeña aventura a pesar de que su lado femenino puede estar totalmente satisfecho.

Desde luego, hay razones femeninas para seguir impulsos sexuales que van en contra de la cultura, así como razones masculinas. Pero cuando estas dos fuerzas estén relativamente conformes con su vida de pareja, la insatisfacción del lado opuesto de estas energías sale de su escondite.

Hay mucha tela que cortar en este tema. Pero por ahora es importante concluir que lo macho y lo hembra que cada uno tiene en su interior deben de ser comprendidos y detectados cuando surgen en nuestro comportamiento. Dejarlos fluir libremente y buscar formas de que este interjuego enriquezca nuestras relaciones y nuestra sexualidad...

sábado, 29 de septiembre de 2007

¿Porqué es rico el sexo anal? Segunda Parte


Nivel 200


En la primera parte, vimos cómo las razones superficiales por las que el hombre le gusta hacerle sexo anal a una mujer pueden basarse en lo novedoso y poco común que resulta esta práctica, o bien, el estereotipo de relación sexual cool impregnado por las películas pornográficas. También olvidé mencionar el hecho de que generalmente el canal del ano es más estrecho que la vagina, lo que podría favorecer una sensación de placer distinta y agradable para el macho. Aunque he leído casos en donde los incircunsisos más bien sufren más.



Todas estas razones que acabo de mencionar son explicaciones que abarcan sólo una de las dimensiones del porqué el atractivo del sexo anal para los hombres. Investigando y reflexionando, encontré otras causas interesantes que pueden explicar este singular comportamiento.




El sexo anal pudo haber nacido como una forma de anticoncepción. En la antigüedad, ante la escacez de métodos anticonceptivos prácticos, la introducción del pene en el canal rectal pudo haber sido una forma efectiva de saciar las ansias libidinosas de un hombre, evitando así un posterior embarazo. Algo totalmente ofensivo para la mujer, por cierto, que tenía que soportar tal humillación pues se trataba de una actividad contra su voluntad. Como en estas épocas tener hijos era más bien un honor y una forma de enriquecer a la familia para así tener más mano de obra, el sexo anal como método anticonceptivo pudo haber surgido como una forma más bien de evadir el embarazo en el adulterio. De esta manera, en la memoria colectiva de las sociedades, quedó tal práctica como algo perverso, pecador y por encima de todo, un agravio contra la mujer. Posiblemente eso haya influido para que hoy en día siga siendo una actividad censurada por ciertos sectores, poniendo de lado los riesgos sanitarios, que ya han sido desmitificados por los expertos, quienes aseguran que el sexo anal no es perjudicial para la salud, entretanto sea practicado con las medidas de limpieza del caso, y desde luego, con mesura. (No querrás llevar mantillas cuando tengas 60 años).



Desde el punto de vista psicológico les tengo otra posible razón interesante. Un poco más polémica ciertamente, pues cualquier teoría que ponga en peligro la noción construida por la sociedad de lo que debe de ser masculinidad, será reprimida, obstruida, prohibida, puesta como objeto de burla o negada. De todas formas acá va: De acuerdo a nuestro querido amigo Freud, el comportamiento del ser humano está ampliamente influenciado por las experiencias de sus primeros años de vida, las cuales también son delimitadas por los cambios fisiológicos que sufre el infante de forma paralela. Una de las experiencias determinantes tienen mucho que ver con la relación que el niño o niña establece con la deposición de sus desechos sólidos. El bebé, incacapaz de controlar sus esfínteres depende de su figura materna (la mamá) para poder cumplir con las normas culturales de limpieza. Esta figura materna, al ser fuente principal de sustento y por lo tanto de placer corporal por parte del niño, tiene contacto constante, aunque sea indirecto, con el ano del bebé, lo que de alguna forma favorece que el niño haga una asociación entre "figura materna" (que es igual a placer y seguridad) con "ano", que es una de las zonas del cuerpo que mayor limpieza requiere, sobre todo cuando se tiene pocos años o meses de vida. Si a esto le sumamos lo placentera que resulta la experiencia de la deposición, no sólo por el hecho de relajar todas las membranas y músculos después de defecar, y que estuvieron cargadas de eses por un rato, sino por todas las terminales nerviosas que rosa el excremento cuando va de salida.


Evidentemente, estas sensaciones placenteras son reprimidas, pues la cultura tiende a desvirtuar el acto de cagar catalogándolo como algo vergonzoso, incómodo, inmundo y hasta sujeto de burla.

Esta denigración de esta necesidad biológica, coloca una barrera importante para poder experimentar de forma natural y satisfactoria el lado placentero de defecar. El individuo entonces sufre una especie de tensión por no poder desahogar con todo gusto tales sensaciones de placer y entonces las convierte en tabú, buscando así formas alternas de evacuar dicha tensión.

En el hombre, una de las formas alternas de sacar ese atascamiento de represiones anales, es la proyección de tales represiones en su pareja sexual. "Como yo he reprimido la parte bonita de cagar entonces quiero sentir placer haciéndote sentir como si estuvieras cagando" Esta manifestación, evidentemente se traslada a los medios pornográficos, los cuáles explotan tal enfermedad social, estereotipándola y provocando un efecto boomerang que se devuelve a las masas y que resuena en ellas como tabú finalmente liberado.

Ojo que con esto no estoy diciendo que el sexo anal sea malo, sino que es importante que comprendamos algunos de sus posibles orígenes para que podamos purificar cualquier noción tergiversada sobre este estilo de sexo. Una pareja que conoce los mitos y verdades de esta temática puede estar en mejor capacidad de disfrutarlo que una pareja que sólo lo hace inconscientemente, lo cual puede desembocar en una especie de masturbación del pene masculino con el culo de una mujer, a expensas del placer de ella.

¿Cómo manifiesta la mujer la represión anal? Excelente pregunta. Se me ocurren dos respuestas, una de ellas es que la mujer niega totalmente cualquier sensación de placer que pueda obtener en una incursión anal, porque ha lacerado la posibilidad de disfrutar ella misma de una relación de este tipo, debido a todos los tabúes y prejuicios que le han metido en la cabeza al respecto. Es algo parecido a la anorgasmia, que también tiene sus orígenes represivos en lo social y cultural. Por otro lado, la mujer puede expresar sus represiones anales en enfermedades digestivas, como estreñimiento, colitis, y gastritis por ejemplo. Aunque pienso que estas últimas formas de manifestación no se limitan sólo al sexo femenino, el hombre, por su naturaleza sexual, tiende a expresarlas más en forma de penetración anal hacia su compañera, que como padecimientos del sistema digestivo.


Ah, se me acaba de ocurrir otra forma de la mujer de expresar sus ansiedades anales, y ya la mencioné de alguna forma. El historial de abusos sexuales de los que ha sido víctima el sexo femenino, también pueden favorecer la reticencia a alcahuetear las enfermedades sexuales del macho.

Bueno, ¿Qué les parece? Un poco más profundo que la primera parte? Voy a seguir pensando en más teorías e hipótesis sobre este tema. Creo que me falta hablar un poco sobre el sexo anal en la homosexualidad, aunque las teorías de este artículo creo que también aplican para ese grupo. Sin embargo creo que se puede explicitar un poco más.


Hasta la próxima.



Absolom


lunes, 24 de septiembre de 2007

¿Porqué es rico practicar el sexo anal? Primera Parte

Nivel 100
El ser humano es tan complejo que pueden existir cientos de razones por las que el hombre le gusta practicar el sexo anal a una mujer, miles de explicaciones por las que pocas mujeres lo conscienten (¿o no?) y por las que este tipo de sexo es el principal instrumento de placer en las relaciones homosexuales entre machos.
Desde un punto de vista masculino, podría decir superficialmente que el hombre encuentra en la práctica del sexo anal hacia su pareja femenina un placer exquisito debido a poco común que resulta. Después de coger y coger mujeres por la vagina, el sólo hecho de meter el pene por un orificio que biológicamente fue hecho como salida y no como entrada, resulta una perversión prohibida sumamente exitante.
El subidón de placer que causa este tipo de sexo también puede tener la misma intensidad en cualquier situación erótica que se salga del molde, como por ejemplo, tener sexo en un ascensor, que nos practiquen sexo oral en el baño de la disco, o acariciarle los senos en el cine, en fin.
Todas estas experiencias nos revelan el lado atrevido de una dama. Lo que está dispuesta a hacer por nosotros, su disposición a entregar sus encantos en aras de nuestro placer egoico, su motivación sexual causada por nuestro atractivo masculino, su intención de violar sus propias leyes de pudor sólo por las puras ganas de sentir placer. Todo esto le eriza la piel a cualquier tipo normal.
El gran atractivo del sexo anal para los hombres también se puede explicar en la retroalimentación que proporciona el material pornográfico. Seguramente las fotografías y películas alusivas a la penetración por el ano en féminas, generan millones de dólares a la industria, ni se diga de los sitios de Internet que hacen lo mismo. De hecho, es probable que mis queridos lectores anduviesen buscando penes sumergidos en traseros redondos y femeninos, !pero lo que se encontraron fue con este sitio lleno de aburridas palabras y letras redondas!. Si todavía estas leyendo esto es porque tu interés va más allá de lo erótico, y se inmiscuye en los rincones de lo psicológico. ¿Sofisticado no?
Dejar la explicación de las preferencias masculinas por el sexo anal en lo novedoso que resulta tal experiencia, en lo sabroso que es ver a una delicada y pulcra mujer entregándose a la sodomía, o bien, debido al bombardeo de la ponografía, sería muy superfluo y evasivo. A la mayoría de los hombres nos excita tan sólo pensar introducirla en el trasero de una dama por razones mucho más profundas que las expuestas. ¿Quieres introducir tus pensamientos en el canal de lo que subyace al sexo por el ano? Segunda parte.
Mujeres: No se decepcionen, también habrá más para Ustedes.
Absolom

jueves, 13 de septiembre de 2007

¿Amor o incompletud?

Nivel 300

He estado escuchando unos discursos de la autora Marianne Williamson sobre el romance. Interpreto lo que ella dice como que inconscientemente nos hemos separado de Dios a través del Ego. Esa separación nos produce una culpa que nos hace sentir incompletos, entonces buscamos en una pareja romántica sanar esa falta de completud. Escuchar eso me recuerda el famoso dicho de la "media-naranja" que es como esa persona que andamos buscando para poder hayar la felicidad en la relación de pareja. Sin esa persona la fruta del amor está sonta, impar, faltante de algo.

Algunas personas pueden ser felices en medio de esta especie de ilusión, donde cada uno se complementa con las necesidades e incompletudes del otro. Para bien o para mal, lamentablemente, pareciera que lo más común es que nuestra vida romántica sufra un traspié ante la alta probabilidad de que esa ilusión no calce en el rompecabezas de nuestras expectativas, y pronto nos demos cuenta que las personas a quien creemos amar, no nos permitirán unirnos con el Dios al que hemos perdido.

Claramente hemos estado buscando en el lugar equivocado. Dios está en nuestros corazones, buscarlo a él solamente en los placeres del ego, a través de los pasatiempos con el otro, es comprar casi todos los números de la lotería del desengaño.

La masificación de este desengaño, el crecimiento de la población, la alfabetización sentimental de las masas, está creando un embriagamiento de este tipo de amor. La fuerte resaca nos hace reflexionar sobre si ya es el tiempo para trascender la forma en que amamos. Sin negar las raíces anteriores de lo que hemos llamado amor, debemos armarnos de valor para superar los obstáculos del romance, para luego empezar a contrarrestar los nuevos retos que el siguiente escaño del sentimiento nos dejará en su camino.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Egomorado

Nivel 200

El significado más común del amor hoy en día, es aquel en donde nuestro ego es lo más importante



¿Estás enamorado (a)? Sí contestas que sí, es probable que no lo estés. Al menos si vemos el amor verdadero como algo diferente a lo que nos enseñaron en la escuela de la vida. Ese libreto educativo del amor es el mismo para muchos de nosotros. Nos graduamos en la escuela sentimental del ego, no del amor. Como ya lo mencioné, si contestó que sí es probable que más bien esté confundido. Ud. está egomorado, no está enamorado.



Estar egomorado básicamente es estar enamorado del ego. Es mirar a nuestra pareja como una forma de salvaguardar los intereses del Yo. Intereses que desde luego se originan en una energía que en algún momento tuvo otros propósitos más primitivos, o menos evolucionados. Pero ahora como seres humanos más avanzados que somos, con un cerebro más desarrollado que nuestros parientes más cercanos –los primates- utilizar el amor como una excusa para vernos al espejito como la bruja de blancanieves, es un acto indigno de alguien que tiene neuronas suficientes para pasar al siguiente nivel de enamoramiento.



Y es que así lo llamo yo, el egomoramiento es un nivel inferior de emociones que es superado por el enamoramiento. Este tema es medio enredado, pero pongámonos a pensar en una de las mil variaciones del egomoramiento. Papá y Mamá siempre condicionaron su amor a cambio de que su hijo hiciera lo que ellos pensaban que estaba bien para él. Si su hijo no se “portaba bien”, siendo portarse bien una construcción social acorde con sus propias expectativas, entonces amenazaban con retirar su “amor”, ya sea que ese amor se transmitiese en palabras, dinero, carro, universidad, abrazos, etc. Esta sensación de amor basada en el miedo, es decir, te quiero sólo si satisfaces mis expectativas ególatras, se constituyó en una de las primeras enseñanzas sobre el amor que aprendemos en la vida. El amor sólo tiene sentido si ese intercambio de expectativas es justo, de lo contrario empieza a degradarse.



Una vez que nos graduamos de la escuela familiar del amor, empezamos a experimentar el trauma romántico en nuestra vida académica. Topamos con el magnánimo reto de no sólo tener que agradar a nuestros padres, sino que también a una telaraña de adolescentes precoces que vienen a poner en práctica sus lecciones de manipulación paternal y/o maternal y ofrecen la inclusión en su red vincular a cambio de que se cumplan sus expectativas.



Finalmente, la testosterona se hace cargo de llevarnos hacia la atracción de una pareja en la que vamos a terminar de patentizar la tesis universitaria del egomoramiento. Vamos a dar peluches, cartas de amor, besos, abrazos, noches de éxtasis, caricias, cuidados, etcétera, etcétera. Todo como mercancías orientadas a obtener la aceptación y el placer personal. Agradar al otro es agradarme a mí, mis regalos tienen que agradarle y si no le gustan me resiento, porque mi expectativa es que su respuesta positiva hacia mis ofrendas me hagan sentir mejor.



Una de las grandes decepciones del amor egoísta viene cuando la pasión inicial de una relación intensa empieza a desvanecerse en la rutina. Desaparece nuestra utópica expectativa de que el otro continuara apretando el botón que desprende hormonas de placer por siempre, y entonces nos damos cuenta que la historia que nos contaron en la Universidad de la Vida no era del todo cierto. A la escuela de la idolatría amorosa le faltó el curso de la decepción. Esa decepción que puede devenir en un círculo vicioso a lo largo de nuestras vidas sólo porque no sabíamos que para que el otro nos satisfaga eternamente tiene que ser una copia al carbón de nuestro propio yo. Y como eso no existe, como cada quien tiene su propio mundo, entonces la decepción en el egomoramiento es ineludible.



La forma en que manifestamos los celos, el enojo, la frustración en nuestras relaciones es un reflejo de que el espejito de blancanieves no contestó la pregunta sobre nuestra belleza en la forma en que queríamos. Nada es tan sincero como la vida misma. Nuestras vanas ilusiones son atropelladas por el curso perfecto del universo y allí es donde el sufrimiento se vuelve una constante en nuestra historia amorosa. La persona egomorada está dormida. No sabe que no está enamorada, no sabe que el amor en su concepción más primitiva es un juego donde el Yo tiene el primer lugar. El otro sólo es un instrumento para alimentar la fantasía de que somos el centro del universo. El otro sólo es un relleno a ese vacío constante que deja el miedo infundado en nuestras venas por años y años de amor condicionado.



El verdadero amor debe de trascender sus ansias pretéritas de ser un transmisor de nuestro propio Yo a otras generaciones. El verdadero amor debe de buscar nuevos rumbos y salirse del bosque de la búsqueda incesante de placer personal para evolucionar a otras formas de trascendencia. Para dejar de estar egomorados es preciso que por nuestro propio Ego, soltemos un poco nuestra obsesión por nosotros mismos.



El verdadero amor se nutre del descubrimiento de que amar entrañablemente, desinteresadamente, incondicionalmente es una muestra de que en el otro, hay algo más de nosotros de lo que creemos.



¿Estás egomorado (a)?



lunes, 27 de agosto de 2007

La pasión vertical y horizontal


Nivel 300



Hay dos tipos de pasión, la pasión vertical y la horizontal.


Al igual que muchas cosas en esta vida, la pasión es una experiencia que evoluciona con el tiempo. Esta evolución puede tener una naturaleza más física, más carnal, que también tiene su influencia en otros aspectos de nuestra humanidad que van más allá de lo que podemos ver y tocar.

La pasión física, la experiencia meramente sexual, el encuentro íntimo con el otro u otra. La excitación, el climax. Todas estas sensaciones están relacionadas con la pasión horizontal. Esa fuerza corpórea que desde los rincones más ocultos de nuestro ser, lanza señales al cerebro y nos seduce hipnóticamente.

El amor que trasciende lo carnal. El sentimiento de querer a alguien más allá de las interacciones físicas que podamos tener. La certeza de que nuestros afectos hacia este ser amado vivirán más allá que la existencia de nuestros cuerpos en este planeta. Esa emoción que crea un lazo universal que nos hace recordar que la semilla que germinó nuestras vidas cayó del mismo fruto. Que las raíces que forjaron lo que sentimos fueron nutridas por gotas de agua que derramaron las mismas nubes. Esto es la pasión vertical . La fuerza creativa que supera e incluye el impulso meramente animal del que provenimos.

La pasión vertical (Vértigo) y la horizontal (Heroz) no se pueden separar. Ambas se cruzan en un interjuego eterno. Son manifestaciones de una misma energía que encuentra su correlato en diferentes dimensiones de la vida.

La humanidad, en medio de su errante búsqueda de su significado, a veces se deja absorver por Vértigo y se olvida de Heroz. Así mismo, en otras ocasiones, con la bandera de Heroz, reprime a Vértigo y termina involucionando. Heroz y Vértigo no se pueden negar. Son parte de nuestra naturaleza. Sus aparentemente antagónicos impulsos recorren nuestras venas. No son paralelismos de lo malo y lo bueno. Pues sus orígenes se remontan hasta el vacío inmanente de la no dualidad.

La cultura va encontrando formas de evolucionar ambas energías. Se abre paso entre la maleza de creencias cristalizadas, que no son más que impulsos biológicos en pro de la homeostasis. Impulsos que buscan alcanzar una supervivencia ya obsoleta para la capacidad que el ser humano ha desarrollado.

Consciente o inconscientemente, el ser humano puede elegir darle alimento a Vértigo o a Heroz. Haciendo crecer las ambiciones del uno o del otro. Las preferencias excluyentes hacia estas energías traerán indeleblemente consecuencias contradictorias para el ser humano promedio. Sin duda, la elección consciente que mayor crecimiento puede traer, es percatarse que ambas fuerzas provienen de la misma fuente, y que por lo tanto, como seres conscientes podemos desarrollarlas ambas de forma paralela.


Es probable que la interiorización de esta práctica balanceada de nutrir a Heroz y a Vértigo sólo venga después de un largo trayecto lleno de frustraciones y decepciones.


Ese trayecto es la vida.


¿Heroz? ¿Vértigo? ¿O ambos?

lunes, 13 de agosto de 2007

¿Te consideras apasionado?



Recientemente alguien me preguntó que si me consideraba una persona apasionada -en el sentido sexual-. Me quedé pensando por un momento, como quien no quiere minimizarse pero tampoco desea alardear innecesariamente por pura egolatría. Dubitante respondí: "Bueno...depende de lo que tú quieras decir por apasionado..."


Mientras la otra persona daba su explicación de esa palabra, que desde luego, era la explicación que la mayoría dá, y con la que yo estaba de acuerdo, gané unos minutos para pensar mejor mi respuesta. Así podría plantear algo más creíble sin que pareciera ganas de presumir. Entonces dije: "bueno soy apasionado si encuentro la motivación adecuada"


En definitivo esa respuesta no me complació. Mi interlocutora se dió por satisfecha, pero la pregunta quedó dando vueltas en mi cabeza por varios días. No he vuelto a tocarle el tema a ella, pero he considerado mejor mi punto de vista.


No hay gente "apasionada". Lo que hay son momentos de pasión. Usualmente, esos momentos de pasión se crean porque dos personas tienen una química especial que se da en ese instante. Esa química especial puede ser impulsada por las habilidades de comunicación y empatía que uno de los dos o ambos posean, pero la pasión en las relaciones, es un juego de más de uno, nace en uno, pero requiere de otro para ser plasmada, para ser materializada en el acto sexual.


Decir que una persona es apasionada, o que nos llenó de pasión, es dejar por fuera todo nuestro potencial para crear nuestros propios momentos de pasión erotizante. Nuestra propia energía reproductiva impulsada por el universo creador es la que permite que los cables se conecten con la pareja con la que recorremos el puente del furor carnal.


No hay gente apasionada, sólo hay gente encuentra en un instante una conexión universal con otra persona, y luego ese momento expira. Como todo en esta vida, la pasión es impermanente. Un momento está y otro momento ya no está. Cuando vemos una persona apasionada vemos una imagen del pasado pigmentada en nuestra memoria por un hecho que ocurrió en donde se evocó la pasión en ambos. Pero es una fotografía del pasado, una forma de apegarse a una sensación que ya ha muerto.


La buena noticia es que el Nuevo Apasionado es alguien que sabe surfear en el mar de pasión, y cuando se encuentra con alguien en la parte más alta de la ola, se lanzan al mar y se revuelcan en la espuma de impredecibles y ondeantes movimientos para acabar el éxtasis en una playa de suaves y blancas arenas. Al despertar, aquellas olas danzantes en donde nuestros placeres se cruzaron, se habran disuelto en la costa para nunca volver. Pero mientras haya playa, mientras haya amor, podemos seguir surfeando en el mar de la pasión, y crear armoniosos movimientos con nuestro compañero de surf, en las olas de amor erótico.


¿Quieres aprender a surfear?


Absalom

sábado, 9 de junio de 2007

Cómplice



Otto estaba esperando que su esposa saliera del súper mercado. Estaba descansando de una lesión que se había hecho hace un par de semanas jugando tenis. Mientras yacía sentado en una banca en uno de los pasillos del centro comercial, miraba a la gente pasar. Su mente permanecía perdida en medio de pensamientos en blanco. Su mirada evidenciaba aquella divagación mental. Este pequeño trance empezó a acabar cuando una bella dama se acercaba como a unos 15 metros de dónde él estaba. Ella se veía como entrada en los treintas, pero parecía más joven. Llevaba un pantalón de tela negra muy apretado que dejaba notar su delineado y atractivo trasero. Tenía una blusa blanca de manga larga y de cuello. Unos cuantos botones habían renunciado a su respectivo ojal y por lo tanto los dos atrevidos senos se asomaban por su escote artificial. La mujer lucía segura, confidente, y consciente de su atractivo. Otto se le quedó viendo, ya su mirada había aterrizado gracias a que la libido lo había traído al presente. De un momento a otro, ella notó que la estaban inspeccionando visualmente. Es esa extraña energía que nos hace detectar cuando alguien nos está mirando, aunque ni siquiera la persona que nos observa entre en la periferia de nuestra vista.

Las miradas se cruzaron, sólo que el lenguaje de los ojos de ella, retaban el atrevimiento de Otto. Ya se sabe que todas las miradas de frente y estáticas mientras más tiempo duren, son percibidas como un atrevimiento, como una invasión a la privacidad, un acto de cinismo, en fin. Por eso, cuando notamos que alguien nos pilló mirándolo, inmediatamente quitamos la vista, ya sea por salvar nuestro orgullo evitando que se descubra que nos atrae algo en esa persona, o bien, para salvar nuestro pellejo, porque si de miradas prolongadas entre hombres se trata, estamos hablando de un llamado a la batalla. Es como el típico enfrentamiento entre dos leones en medio de la sabana africana. Los felinos batallan por el control de las hembras de una manada. Se miran fijamente y a punta de zarpazos y mordiscos, contienden para hacer suyas a la mayor cantidad de leonas, y así obtener el privilegio de pasar sus genes a más generaciones. Así es la mirada entre dos hombres, claro está, a menos que los machos hayan decidido abandonar su masculinidad, ya sea por un empacho del machismo hiperbolizado de la tira cómica de sus vidas, o porque algún desbarajuste biológico los condicionó a preferir la energía femenina que la masculina. En ese caso el cruce de miradas es como cualquier otro galanteo.

El punto es que Otto no quitó la mirada a pesar de la punzante réplica visual de la mujer del pantalón negro. De forma descarada decidió seguir exhibiendo su asombro por esta fémina. De mirada aguda y ojos azules profundos, los primeros segundos ella decidió desafiar el típico comportamiento que una mujer elige cuando se da en un cruce de miradas como este y clavó con desprecio sus dos ojos en los de Otto. En respuesta, él lanzó un ataque directo no quitando la mirada cuando ella lo atrapó en su coqueteo en una sola vía, y digo en una sola vía porque ella no hizo acuse de recibo del flirteo, sino que más bien lo desafió con una mirada que más bien decía: "no me interesa que me veas, igual te voy a mirar hasta que quites la vista." ¿Era un pulso de los sexos? ¿No se supone que una mujer se debe de sentir halagada porque un hombre la vea? La reacción usual es que ella quite la mirada y vuelva los ojos hacia el piso un poco apenada, pero con una mezcla de satisfacción que dice: “aún soy gustada". Bueno, depende de la mujer, pero como que esa es la tendencia. El hombre hace patente su "superioridad psicológica" al quedarse viéndole unos segundos después de que baja la mirada, y la mujer se ubica en su feminidad dócil haciéndose la difícil y protegiéndose en la cueva de la pena. Usualmente ahí acaba la historia, muchas veces esas miradas no llevan a nada. La mujer hoy en día no quiere ser intimidada, pensó Otto en medio de aquella escena, tratando de preguntarse en qué consistía la esgrima de miradas que ambos experimentaban.

Si tal esgrima fuese una competencia, Otto hubiera sido el ganador. A pesar de que la hermosa dama no terminó mirando hacia el suelo apenada, sino que más bien giró bruscamente la cabeza hacia el frente, porque había desviado un poco la vista para inmiscuirse en aquel encuentro. Su gesto fue más bien como de cólera, porque no pudo sostener aquella desafiante mirada más tiempo del que el otro lo hizo. Es como cuando uno mete la cabeza debajo del agua en una piscina y aguanta la respiración hasta que le da miedo ahogarse, rápidamente salimos a la superficie para respirar una bocanada de aire. Lo que aquella hizo fue aspirar un poco de cólera. Leyéndole la mirada de congoja cualquiera diría que lo que más le enojó fue tener que quedarse en presencia de aquel descarado un rato más, pues se dirigía al cajero automático que la dejaba expuesta dentro del alcance del atisbo de este perpetrador de la intimidad.

Mientras la mujer del pantalón negro oprimía las teclas del cajero con mucha prisa y congoja, aún reflejando su irritación por su reciente derrota, Otto tuvo la oportunidad de apreciar sus contorneados glúteos de perfil. Sentado en aquella banca, colocó una pequeña sonrisilla sobre su rostro, porque percibía el enojo de la dama y esto le generaba un poco de excitación, excitación que se vio catalizada por la marca del hilo dental de la dama. Su ropa interior levantaba cierto relieve en su pantalón. La imaginación libidinosa de él estaba al rojo vivo y le revolvía sus neuronas. Su pene sarandeó tímidamente su ropa interior, pero al siguiente instante ya estaba volviendo a su posición original como perrillo regañado. Evidentemente, había sido silenciado por el canon social que dice que aquel que camina por ahí con el pene erecto mostrando un tumulto en su pantalón es un verdadero cerdo, o bien alguien que no puede controlar sus impulsos sexuales, lo cual es una verdadera herida a la masculinidad.

El descaro fue la mejor arma de Otto en aquel encuentro. Muchos hombres normales, y cuando digo normales me refiero a aquellos que, anestesiados por la seguridad que brinda la acomodada posición económica de la clase media alta, no están acostumbrados a los desafíos de este calibre. Un hombre común no está acostumbrado a que una mujer desconocida lo rete con la mirada. Claro, a Otto le hubiera gustado que el reto fuese más sensual por parte de ella. En lugar de un arrebato de cólera por sucumbir ante la mirada masculina, hubiera preferido un intercambio no verbal de invitaciones indirectas al coito. En cuanto a la mujer del pantalón, la pobre estaba acostumbrada a poner sus propios estándares cuando de poner en su lugar a machistas impertinentes se trata. A una fémina que ha logrado con tanta dificultad superar la discriminación, el desprecio y la cosificación por parte del varón, de pronto se ve identificada con la posición defensiva. Y no es para más, luego de lograr algo tan sublime como trascender el machismo asqueroso, acaba enamorándose de su propio ego y puede interpretar un asomo de descaro inocente por parte de un jovenzuelo inofensivo como Otto, como un ataque directo a su tan valioso trofeo. La mujer más masculina. Así es, aquella dama retó a Otto como cualquier hombre hubiera retado la mirada de otro de su mismo sexo. El desenlace hubiese sido distinto por supuesto si el duelo se diese entre dos machos. Tal vez alguien como Otto lo que hubiera hecho sería ignorar el puñal de la mirada intimidante de otro hombre. Ya lo dije, el típico macho de clase media están tan arraigado a su seguridad personal que la cuida más que a sí mismo, aunque esto sea un atentado contra los deseos de su testosterona, potente hormona que le manda a los hombres a matar y fornicar. Ya sabemos que hay ciertos primates que al saber que son más pequeños que el macho dominante, prefieren quedarse con las migajas del sexo de su pandilla, que arriesgarse a retar el poder del grandote. Estos monos no viven en condos que valen una fortuna ni manejan autos cuya mensualidad supera el salario de 70% por ciento de la población. Pero lo que sí tienen en común con gente como Otto es que saben que son más pequeños y mejor no pelear. Volviendo a la civilización humana, la pequeñez no tiene que ser sólo física, sino intelectual, o una pequeñez que busca justificación en el deseo de no salirse del statu quo, si es que la metáfora es válida.

Otto no quería patentizar su dominación psicológica sobre la susodicha, más bien quería practicar el descaro. Un hombre educado y de buena familia cómo él, sabe que una mujer de ese aspecto no se deja seducir por alguien que quiere secuestrar su espacio vital mirándola fijamente por más de 5 minutos. Eso más bien es percibido por una chica de ese estilo como un acto de inseguridad por parte del varón. Si pudiéramos ver en los rincones del inconsciente, lo que pensaba una mujer que es acechada por la mirada de un macho, tal vez su diálogo interno en un momento como ese sería algo como "ese hombre no se atreve a seducirme caballerosamente, preguntarme mi número de teléfono, mandarme una rosa a la oficina, ofrecerme llevar los paquetes del super mercado, averiguar cuál es el perfume que me gusta, escribirme un poema y dejármelo en el collar del French Puddle que adorna las afueras de mi apartamento, en fin, tantas cosas.” En lugar de hacer algo así, es más fácil quedarse en la cómoda burbuja de la mirada distante, porque lo más probable es que ese metro de distancia que nos separa a todos por miedo a experimentar el verdadero amor colectivo no vaya a acortarse mucho más porque un imbécil transeúnte se te queda viendo. El incidente no pasa más allá de ser visto como una de esas cosas que lo sacan de la ya cansada rutina de ir todas las quincenas al cajero para sacar un poco de efectivo.

Volviendo al tema del descaro, se sintió rico para Otto ser descarado, excitarse un poquillo de forma desvergonzada, exponer a todas bruces su interés en aquella dama sin importarle que ella lo descalificara en el instante. Pudo verle el trasero despreocupadamente y hasta imaginar el color de la ropa interior que se sumergía entre sus dos glúteos y desaparecía hasta que el elástico era sustituido por la suave pijama de la noche.

El descaro también se veía maximizado por el mero hecho de ser él un hombre casado, y no sólo eso, su esposa podía estar a punto de regresar, Otto corría el riesgo de ser fácilmente pillado en aquel acto de infidelidad intangible. Intangible digo porque no se perpetró ningún acto físico entre los dos. Sino que fue un conjunto de deseos hacia una mujer que no es su esposa, lo cual está socialmente penado, aunque pocos hombres son instruidos para negar sus instintos biológicos sexuales. Es como prohibirle a la gente comer sin antes modificarlos genéticamente para que las tripas dejen de pedir alimento.

¿Cansado de esperar? Preguntó Leia, esposa de Otto. No, más bien estaba muy relajado, fue la respuesta en tono irónico. Me alegro. Pues sí, continuó él, fíjate que estaba apreciando una mujer que despertó un deseo sexual ferviente en mí. Incólume, ella respondió: ¿lograste controlar tus deseos “a lo macho”? Depende de cuál sea el límite. O sea si controlar significa no tomarla en medio del pasillo para terminar de desabotonarle la blusa, que de por sí ya ella había empezado la labor como queriendo promover los deseos que la misma sociedad prohibía. Ya déjate de tonteras, dijo la esposa, ¿los controlaste o no? Bueno yo diría que sí, pensando en que mis aspiraciones iban más allá de sólo imaginarla sin ese pantalón apretado, y con ese hilo dental dejándose acariciar por la brisa. porque ya tu sabes, que el hilo dental es como un deseo de mostrarlo casi todo pero no todo, es una invitación a la seducción, no al coito, invitación al coito sería la desnudez, pero el hilo dental es la puerta del preámbulo y eso genera un impulso de excitación inicial que casi no se puede igualar por lo que transcurre en el acto sexual. Ya deja de darme cátedra de sexo. Si quieres la próxima quincena me siento contigo, para ver si es tan atractiva como la haces parecer.

Los dos se marcharon rumbo al auto con las bolsas del diario repartidas. Otto estaba callado. ¿Qué te pasa? Dijo su mujer. Resulta que había estado deambulando en su mente todo este tiempo aquella conversación que quería que sucediera pero realmente nunca sucedió. De haber intentado confesarle su pequeño pecado, se habría ganado un pasaje a un largo fin de semana lleno de pequeñas y desventuradas venganzas.

Es así como la mentira toma su lugar en la relación de pareja, una fiel cómplice de los impulsos con los que viene equipado el ser humano, impulsos libran una batalla por una armonía que se constituye una máscara retorcida de la realidad subyacente. La mentira busca ser una aliada de la supervivencia del seno familiar, es una adepta de la vida en familia, vida que muchas veces niega enfermizamente los más profundos deseos de la raza humana.

La pregunta que puede surgir ahora es cómo toma esa mentira un matiz femenino, pues el género de “ellas” no escapa a la represión y termina recurriendo a la estrategia de Pinocho para poder acomodarse a los caprichos de la cultura.

En cuanto a Otto, se podría decir que su corteza cerebral empezó a desarrollar el hábito de hacerse adicta a las hormonas que expedían cuando el descaro se asomaba a su psique. Sobre todo cuando la quincena siguiente, notó que la voluptuosa y sensual dama que le abrió el apetito sexual del letargo inconsciente en que estaba, portaba un gafete de una empresa que estaba al lado del super mercado. También descubrió que salía del trabajo más o menos a la misma hora en que él acudía con su mujer de compras.

Ya la lesión no hacía falta como excusa para sentarse en la banca exterior del comercio. Ahora la mentira entraba en juego como alcahuete de la propia naturaleza humana.


miércoles, 6 de junio de 2007

¿Qué es Terra Sexo?

Lo que todos intuyen pero no hablan. Las cosas sobre el sexo dichas sin intelectualismos. La perspectiva sobre lo que deseamos desde la óptica de la gente normal. La explicación de nuestros impulsos de una forma coloquial. Lo que está entre líneas en el discurso sexual de esta sociedad reprimida. La traída a la superficie de aquello que no hablamos pero que realmente gobierna nuestra vida. El desahogo que resulta de la opresión de lo que nos causa placer. Dejar que nuestras fantasías penetren nuestra mente gracias a la magia de la palabra. El cinismo sexual marcado por una ironía pícara. Es un coqueteo contínuo, un apego a esa parte de nosotros que no se quiere desligar de nuestro objetivo reproducitvo. Es una mezcla de lo más animal e institntivo de nuestra naturaleza con aquello que es sublime, consciente, santo, y ¿porqué no? Pasando por lo iluminado y espiritual.

De esto se trata Terra Sexo.

Absalón.