domingo, 9 de diciembre de 2007
¿Libertad Sexual o Compromiso Amoroso?
sábado, 29 de septiembre de 2007
¿Porqué es rico el sexo anal? Segunda Parte
lunes, 24 de septiembre de 2007
¿Porqué es rico practicar el sexo anal? Primera Parte
jueves, 13 de septiembre de 2007
¿Amor o incompletud?
He estado escuchando unos discursos de la autora Marianne Williamson sobre el romance. Interpreto lo que ella dice como que inconscientemente nos hemos separado de Dios a través del Ego. Esa separación nos produce una culpa que nos hace sentir incompletos, entonces buscamos en una pareja romántica sanar esa falta de completud. Escuchar eso me recuerda el famoso dicho de la "media-naranja" que es como esa persona que andamos buscando para poder hayar la felicidad en la relación de pareja. Sin esa persona la fruta del amor está sonta, impar, faltante de algo.
Algunas personas pueden ser felices en medio de esta especie de ilusión, donde cada uno se complementa con las necesidades e incompletudes del otro. Para bien o para mal, lamentablemente, pareciera que lo más común es que nuestra vida romántica sufra un traspié ante la alta probabilidad de que esa ilusión no calce en el rompecabezas de nuestras expectativas, y pronto nos demos cuenta que las personas a quien creemos amar, no nos permitirán unirnos con el Dios al que hemos perdido.
Claramente hemos estado buscando en el lugar equivocado. Dios está en nuestros corazones, buscarlo a él solamente en los placeres del ego, a través de los pasatiempos con el otro, es comprar casi todos los números de la lotería del desengaño.
La masificación de este desengaño, el crecimiento de la población, la alfabetización sentimental de las masas, está creando un embriagamiento de este tipo de amor. La fuerte resaca nos hace reflexionar sobre si ya es el tiempo para trascender la forma en que amamos. Sin negar las raíces anteriores de lo que hemos llamado amor, debemos armarnos de valor para superar los obstáculos del romance, para luego empezar a contrarrestar los nuevos retos que el siguiente escaño del sentimiento nos dejará en su camino.
miércoles, 5 de septiembre de 2007
Egomorado
El significado más común del amor hoy en día, es aquel en donde nuestro ego es lo más importante
¿Estás enamorado (a)? Sí contestas que sí, es probable que no lo estés. Al menos si vemos el amor verdadero como algo diferente a lo que nos enseñaron en la escuela de la vida. Ese libreto educativo del amor es el mismo para muchos de nosotros. Nos graduamos en la escuela sentimental del ego, no del amor. Como ya lo mencioné, si contestó que sí es probable que más bien esté confundido. Ud. está egomorado, no está enamorado.
Estar egomorado básicamente es estar enamorado del ego. Es mirar a nuestra pareja como una forma de salvaguardar los intereses del Yo. Intereses que desde luego se originan en una energía que en algún momento tuvo otros propósitos más primitivos, o menos evolucionados. Pero ahora como seres humanos más avanzados que somos, con un cerebro más desarrollado que nuestros parientes más cercanos –los primates- utilizar el amor como una excusa para vernos al espejito como la bruja de blancanieves, es un acto indigno de alguien que tiene neuronas suficientes para pasar al siguiente nivel de enamoramiento.
Y es que así lo llamo yo, el egomoramiento es un nivel inferior de emociones que es superado por el enamoramiento. Este tema es medio enredado, pero pongámonos a pensar en una de las mil variaciones del egomoramiento. Papá y Mamá siempre condicionaron su amor a cambio de que su hijo hiciera lo que ellos pensaban que estaba bien para él. Si su hijo no se “portaba bien”, siendo portarse bien una construcción social acorde con sus propias expectativas, entonces amenazaban con retirar su “amor”, ya sea que ese amor se transmitiese en palabras, dinero, carro, universidad, abrazos, etc. Esta sensación de amor basada en el miedo, es decir, te quiero sólo si satisfaces mis expectativas ególatras, se constituyó en una de las primeras enseñanzas sobre el amor que aprendemos en la vida. El amor sólo tiene sentido si ese intercambio de expectativas es justo, de lo contrario empieza a degradarse.
Una vez que nos graduamos de la escuela familiar del amor, empezamos a experimentar el trauma romántico en nuestra vida académica. Topamos con el magnánimo reto de no sólo tener que agradar a nuestros padres, sino que también a una telaraña de adolescentes precoces que vienen a poner en práctica sus lecciones de manipulación paternal y/o maternal y ofrecen la inclusión en su red vincular a cambio de que se cumplan sus expectativas.
Finalmente, la testosterona se hace cargo de llevarnos hacia la atracción de una pareja en la que vamos a terminar de patentizar la tesis universitaria del egomoramiento. Vamos a dar peluches, cartas de amor, besos, abrazos, noches de éxtasis, caricias, cuidados, etcétera, etcétera. Todo como mercancías orientadas a obtener la aceptación y el placer personal. Agradar al otro es agradarme a mí, mis regalos tienen que agradarle y si no le gustan me resiento, porque mi expectativa es que su respuesta positiva hacia mis ofrendas me hagan sentir mejor.
Una de las grandes decepciones del amor egoísta viene cuando la pasión inicial de una relación intensa empieza a desvanecerse en la rutina. Desaparece nuestra utópica expectativa de que el otro continuara apretando el botón que desprende hormonas de placer por siempre, y entonces nos damos cuenta que la historia que nos contaron en la Universidad de la Vida no era del todo cierto. A la escuela de la idolatría amorosa le faltó el curso de la decepción. Esa decepción que puede devenir en un círculo vicioso a lo largo de nuestras vidas sólo porque no sabíamos que para que el otro nos satisfaga eternamente tiene que ser una copia al carbón de nuestro propio yo. Y como eso no existe, como cada quien tiene su propio mundo, entonces la decepción en el egomoramiento es ineludible.
La forma en que manifestamos los celos, el enojo, la frustración en nuestras relaciones es un reflejo de que el espejito de blancanieves no contestó la pregunta sobre nuestra belleza en la forma en que queríamos. Nada es tan sincero como la vida misma. Nuestras vanas ilusiones son atropelladas por el curso perfecto del universo y allí es donde el sufrimiento se vuelve una constante en nuestra historia amorosa. La persona egomorada está dormida. No sabe que no está enamorada, no sabe que el amor en su concepción más primitiva es un juego donde el Yo tiene el primer lugar. El otro sólo es un instrumento para alimentar la fantasía de que somos el centro del universo. El otro sólo es un relleno a ese vacío constante que deja el miedo infundado en nuestras venas por años y años de amor condicionado.
El verdadero amor debe de trascender sus ansias pretéritas de ser un transmisor de nuestro propio Yo a otras generaciones. El verdadero amor debe de buscar nuevos rumbos y salirse del bosque de la búsqueda incesante de placer personal para evolucionar a otras formas de trascendencia. Para dejar de estar egomorados es preciso que por nuestro propio Ego, soltemos un poco nuestra obsesión por nosotros mismos.
El verdadero amor se nutre del descubrimiento de que amar entrañablemente, desinteresadamente, incondicionalmente es una muestra de que en el otro, hay algo más de nosotros de lo que creemos.
¿Estás egomorado (a)?
lunes, 27 de agosto de 2007
La pasión vertical y horizontal
lunes, 13 de agosto de 2007
¿Te consideras apasionado?
sábado, 9 de junio de 2007
Cómplice
Otto estaba esperando que su esposa saliera del súper mercado. Estaba descansando de una lesión que se había hecho hace un par de semanas jugando tenis. Mientras yacía sentado en una banca en uno de los pasillos del centro comercial, miraba a la gente pasar. Su mente permanecía perdida en medio de pensamientos en blanco. Su mirada evidenciaba aquella divagación mental. Este pequeño trance empezó a acabar cuando una bella dama se acercaba como a unos 15 metros de dónde él estaba. Ella se veía como entrada en los treintas, pero parecía más joven. Llevaba un pantalón de tela negra muy apretado que dejaba notar su delineado y atractivo trasero. Tenía una blusa blanca de manga larga y de cuello. Unos cuantos botones habían renunciado a su respectivo ojal y por lo tanto los dos atrevidos senos se asomaban por su escote artificial. La mujer lucía segura, confidente, y consciente de su atractivo. Otto se le quedó viendo, ya su mirada había aterrizado gracias a que la libido lo había traído al presente. De un momento a otro, ella notó que la estaban inspeccionando visualmente. Es esa extraña energía que nos hace detectar cuando alguien nos está mirando, aunque ni siquiera la persona que nos observa entre en la periferia de nuestra vista.
Las miradas se cruzaron, sólo que el lenguaje de los ojos de ella, retaban el atrevimiento de Otto. Ya se sabe que todas las miradas de frente y estáticas mientras más tiempo duren, son percibidas como un atrevimiento, como una invasión a la privacidad, un acto de cinismo, en fin. Por eso, cuando notamos que alguien nos pilló mirándolo, inmediatamente quitamos la vista, ya sea por salvar nuestro orgullo evitando que se descubra que nos atrae algo en esa persona, o bien, para salvar nuestro pellejo, porque si de miradas prolongadas entre hombres se trata, estamos hablando de un llamado a la batalla. Es como el típico enfrentamiento entre dos leones en medio de la sabana africana. Los felinos batallan por el control de las hembras de una manada. Se miran fijamente y a punta de zarpazos y mordiscos, contienden para hacer suyas a la mayor cantidad de leonas, y así obtener el privilegio de pasar sus genes a más generaciones. Así es la mirada entre dos hombres, claro está, a menos que los machos hayan decidido abandonar su masculinidad, ya sea por un empacho del machismo hiperbolizado de la tira cómica de sus vidas, o porque algún desbarajuste biológico los condicionó a preferir la energía femenina que la masculina. En ese caso el cruce de miradas es como cualquier otro galanteo.
El punto es que Otto no quitó la mirada a pesar de la punzante réplica visual de la mujer del pantalón negro. De forma descarada decidió seguir exhibiendo su asombro por esta fémina. De mirada aguda y ojos azules profundos, los primeros segundos ella decidió desafiar el típico comportamiento que una mujer elige cuando se da en un cruce de miradas como este y clavó con desprecio sus dos ojos en los de Otto. En respuesta, él lanzó un ataque directo no quitando la mirada cuando ella lo atrapó en su coqueteo en una sola vía, y digo en una sola vía porque ella no hizo acuse de recibo del flirteo, sino que más bien lo desafió con una mirada que más bien decía: "no me interesa que me veas, igual te voy a mirar hasta que quites la vista." ¿Era un pulso de los sexos? ¿No se supone que una mujer se debe de sentir halagada porque un hombre la vea? La reacción usual es que ella quite la mirada y vuelva los ojos hacia el piso un poco apenada, pero con una mezcla de satisfacción que dice: “aún soy gustada". Bueno, depende de la mujer, pero como que esa es la tendencia. El hombre hace patente su "superioridad psicológica" al quedarse viéndole unos segundos después de que baja la mirada, y la mujer se ubica en su feminidad dócil haciéndose la difícil y protegiéndose en la cueva de la pena. Usualmente ahí acaba la historia, muchas veces esas miradas no llevan a nada. La mujer hoy en día no quiere ser intimidada, pensó Otto en medio de aquella escena, tratando de preguntarse en qué consistía la esgrima de miradas que ambos experimentaban.
Si tal esgrima fuese una competencia, Otto hubiera sido el ganador. A pesar de que la hermosa dama no terminó mirando hacia el suelo apenada, sino que más bien giró bruscamente la cabeza hacia el frente, porque había desviado un poco la vista para inmiscuirse en aquel encuentro. Su gesto fue más bien como de cólera, porque no pudo sostener aquella desafiante mirada más tiempo del que el otro lo hizo. Es como cuando uno mete la cabeza debajo del agua en una piscina y aguanta la respiración hasta que le da miedo ahogarse, rápidamente salimos a la superficie para respirar una bocanada de aire. Lo que aquella hizo fue aspirar un poco de cólera. Leyéndole la mirada de congoja cualquiera diría que lo que más le enojó fue tener que quedarse en presencia de aquel descarado un rato más, pues se dirigía al cajero automático que la dejaba expuesta dentro del alcance del atisbo de este perpetrador de la intimidad.
Mientras la mujer del pantalón negro oprimía las teclas del cajero con mucha prisa y congoja, aún reflejando su irritación por su reciente derrota, Otto tuvo la oportunidad de apreciar sus contorneados glúteos de perfil. Sentado en aquella banca, colocó una pequeña sonrisilla sobre su rostro, porque percibía el enojo de la dama y esto le generaba un poco de excitación, excitación que se vio catalizada por la marca del hilo dental de la dama. Su ropa interior levantaba cierto relieve en su pantalón. La imaginación libidinosa de él estaba al rojo vivo y le revolvía sus neuronas. Su pene sarandeó tímidamente su ropa interior, pero al siguiente instante ya estaba volviendo a su posición original como perrillo regañado. Evidentemente, había sido silenciado por el canon social que dice que aquel que camina por ahí con el pene erecto mostrando un tumulto en su pantalón es un verdadero cerdo, o bien alguien que no puede controlar sus impulsos sexuales, lo cual es una verdadera herida a la masculinidad.
El descaro fue la mejor arma de Otto en aquel encuentro. Muchos hombres normales, y cuando digo normales me refiero a aquellos que, anestesiados por la seguridad que brinda la acomodada posición económica de la clase media alta, no están acostumbrados a los desafíos de este calibre. Un hombre común no está acostumbrado a que una mujer desconocida lo rete con la mirada. Claro, a Otto le hubiera gustado que el reto fuese más sensual por parte de ella. En lugar de un arrebato de cólera por sucumbir ante la mirada masculina, hubiera preferido un intercambio no verbal de invitaciones indirectas al coito. En cuanto a la mujer del pantalón, la pobre estaba acostumbrada a poner sus propios estándares cuando de poner en su lugar a machistas impertinentes se trata. A una fémina que ha logrado con tanta dificultad superar la discriminación, el desprecio y la cosificación por parte del varón, de pronto se ve identificada con la posición defensiva. Y no es para más, luego de lograr algo tan sublime como trascender el machismo asqueroso, acaba enamorándose de su propio ego y puede interpretar un asomo de descaro inocente por parte de un jovenzuelo inofensivo como Otto, como un ataque directo a su tan valioso trofeo. La mujer más masculina. Así es, aquella dama retó a Otto como cualquier hombre hubiera retado la mirada de otro de su mismo sexo. El desenlace hubiese sido distinto por supuesto si el duelo se diese entre dos machos. Tal vez alguien como Otto lo que hubiera hecho sería ignorar el puñal de la mirada intimidante de otro hombre. Ya lo dije, el típico macho de clase media están tan arraigado a su seguridad personal que la cuida más que a sí mismo, aunque esto sea un atentado contra los deseos de su testosterona, potente hormona que le manda a los hombres a matar y fornicar. Ya sabemos que hay ciertos primates que al saber que son más pequeños que el macho dominante, prefieren quedarse con las migajas del sexo de su pandilla, que arriesgarse a retar el poder del grandote. Estos monos no viven en condos que valen una fortuna ni manejan autos cuya mensualidad supera el salario de 70% por ciento de la población. Pero lo que sí tienen en común con gente como Otto es que saben que son más pequeños y mejor no pelear. Volviendo a la civilización humana, la pequeñez no tiene que ser sólo física, sino intelectual, o una pequeñez que busca justificación en el deseo de no salirse del statu quo, si es que la metáfora es válida.
Otto no quería patentizar su dominación psicológica sobre la susodicha, más bien quería practicar el descaro. Un hombre educado y de buena familia cómo él, sabe que una mujer de ese aspecto no se deja seducir por alguien que quiere secuestrar su espacio vital mirándola fijamente por más de 5 minutos. Eso más bien es percibido por una chica de ese estilo como un acto de inseguridad por parte del varón. Si pudiéramos ver en los rincones del inconsciente, lo que pensaba una mujer que es acechada por la mirada de un macho, tal vez su diálogo interno en un momento como ese sería algo como "ese hombre no se atreve a seducirme caballerosamente, preguntarme mi número de teléfono, mandarme una rosa a la oficina, ofrecerme llevar los paquetes del super mercado, averiguar cuál es el perfume que me gusta, escribirme un poema y dejármelo en el collar del French Puddle que adorna las afueras de mi apartamento, en fin, tantas cosas.” En lugar de hacer algo así, es más fácil quedarse en la cómoda burbuja de la mirada distante, porque lo más probable es que ese metro de distancia que nos separa a todos por miedo a experimentar el verdadero amor colectivo no vaya a acortarse mucho más porque un imbécil transeúnte se te queda viendo. El incidente no pasa más allá de ser visto como una de esas cosas que lo sacan de la ya cansada rutina de ir todas las quincenas al cajero para sacar un poco de efectivo.
Volviendo al tema del descaro, se sintió rico para Otto ser descarado, excitarse un poquillo de forma desvergonzada, exponer a todas bruces su interés en aquella dama sin importarle que ella lo descalificara en el instante. Pudo verle el trasero despreocupadamente y hasta imaginar el color de la ropa interior que se sumergía entre sus dos glúteos y desaparecía hasta que el elástico era sustituido por la suave pijama de la noche.
El descaro también se veía maximizado por el mero hecho de ser él un hombre casado, y no sólo eso, su esposa podía estar a punto de regresar, Otto corría el riesgo de ser fácilmente pillado en aquel acto de infidelidad intangible. Intangible digo porque no se perpetró ningún acto físico entre los dos. Sino que fue un conjunto de deseos hacia una mujer que no es su esposa, lo cual está socialmente penado, aunque pocos hombres son instruidos para negar sus instintos biológicos sexuales. Es como prohibirle a la gente comer sin antes modificarlos genéticamente para que las tripas dejen de pedir alimento.
¿Cansado de esperar? Preguntó Leia, esposa de Otto. No, más bien estaba muy relajado, fue la respuesta en tono irónico. Me alegro. Pues sí, continuó él, fíjate que estaba apreciando una mujer que despertó un deseo sexual ferviente en mí. Incólume, ella respondió: ¿lograste controlar tus deseos “a lo macho”? Depende de cuál sea el límite. O sea si controlar significa no tomarla en medio del pasillo para terminar de desabotonarle la blusa, que de por sí ya ella había empezado la labor como queriendo promover los deseos que la misma sociedad prohibía. Ya déjate de tonteras, dijo la esposa, ¿los controlaste o no? Bueno yo diría que sí, pensando en que mis aspiraciones iban más allá de sólo imaginarla sin ese pantalón apretado, y con ese hilo dental dejándose acariciar por la brisa. porque ya tu sabes, que el hilo dental es como un deseo de mostrarlo casi todo pero no todo, es una invitación a la seducción, no al coito, invitación al coito sería la desnudez, pero el hilo dental es la puerta del preámbulo y eso genera un impulso de excitación inicial que casi no se puede igualar por lo que transcurre en el acto sexual. Ya deja de darme cátedra de sexo. Si quieres la próxima quincena me siento contigo, para ver si es tan atractiva como la haces parecer.
Los dos se marcharon rumbo al auto con las bolsas del diario repartidas. Otto estaba callado. ¿Qué te pasa? Dijo su mujer. Resulta que había estado deambulando en su mente todo este tiempo aquella conversación que quería que sucediera pero realmente nunca sucedió. De haber intentado confesarle su pequeño pecado, se habría ganado un pasaje a un largo fin de semana lleno de pequeñas y desventuradas venganzas.
Es así como la mentira toma su lugar en la relación de pareja, una fiel cómplice de los impulsos con los que viene equipado el ser humano, impulsos libran una batalla por una armonía que se constituye una máscara retorcida de la realidad subyacente. La mentira busca ser una aliada de la supervivencia del seno familiar, es una adepta de la vida en familia, vida que muchas veces niega enfermizamente los más profundos deseos de la raza humana.
La pregunta que puede surgir ahora es cómo toma esa mentira un matiz femenino, pues el género de “ellas” no escapa a la represión y termina recurriendo a la estrategia de Pinocho para poder acomodarse a los caprichos de la cultura.
En cuanto a Otto, se podría decir que su corteza cerebral empezó a desarrollar el hábito de hacerse adicta a las hormonas que expedían cuando el descaro se asomaba a su psique. Sobre todo cuando la quincena siguiente, notó que la voluptuosa y sensual dama que le abrió el apetito sexual del letargo inconsciente en que estaba, portaba un gafete de una empresa que estaba al lado del super mercado. También descubrió que salía del trabajo más o menos a la misma hora en que él acudía con su mujer de compras.
Ya la lesión no hacía falta como excusa para sentarse en la banca exterior del comercio. Ahora la mentira entraba en juego como alcahuete de la propia naturaleza humana.
miércoles, 6 de junio de 2007
¿Qué es Terra Sexo?
De esto se trata Terra Sexo.
Absalón.